Crónica de un viaje más en familia

LA VUELTA AL LAGO EN TIEMPO DE PRIMARIAS

Mientras la naciente luz del día daba inicio a la cotidianidad sabatina de Santo Domingo, capital de República Dominicana, la familia Crespo-Rodríguez y parte de su descendencia emprendíamos una jornada hacia Barahona. Sin embargo, como dice el dicho: "quien sale es el que hace el viaje" y, aunque no fue lo planeado, el chófer cambió la ruta y nos hizo vivir una experiencia aventurera e inolvidable.

Familia Crespo Rodríguez y parte de sus descendencia en el Lago Enriquillo. 

Nuestra travesía inició tarde, 25 personas repartidas en tres vehículos no son fácil de manejar. Mientras que el minibús ejecutivo de 15 pasajeros iba completo más los bultos, en un carro iban 6 de los viajeros y en una camioneta el grupo restante. Lo planeado era salir a las 8:00 AM de Santo Domingo con destino directo a Barahona, pero a raíz de una inefectiva comunicación, partimos una hora después de lo programado. 

A las 9 de la mañana, la camioneta y el carro liderados por el minibús ya tomaban carretera, haciendo nuestra primera parada oficial en el Parador Cruce de Ocoa, después de detenernos al baño, unos en La Sirena y otros en el Bravo, ambos supermercados ubicados en Baní. En el parqueo se observaban los grandes autobuses repletos de personas que iban a sus pueblos de origen para ejercer su derecho y cumplir con su deber de votar. La demanda de quesos, dulces, mangú y purés de diversos víveres acompañados por una variedad de fritura y el denominado “los tres golpes”, semillas de cajuil, cerveza, postres, panes e, incluso, boletos de lotería; el constante movimiento de gente, el bullicio y la molestia que pueden llegar a ser algunos vendedores sorprendían al más pequeño de los viajeros, Gael, un bebé de seis meses que nos acompañaba. “De aquí pa’ Barahona”, inocentes mariposas, no sabían lo que les esperaba. Era la primera vez de los hermanos Crespo viajando con mi papá como chofer, y como es un amante del turismo interno, el menor de los varones de Lesbia y Manuel tenía muchas paradas en mente a fin de conocer nuevos lugares y regresar a los alguna vez explorados.

Hacía 5 años de mi última vez en el Sur Profundo. Lo recuerdo como ayer, en tan solo cuatro días recorrimos casi todos los rincones de esta calurosa región del país, y así como aquella vez, en esta ocasión la siguiente parada fue en Tamayo, un municipio de Vicente Noble. Al ser ya más del mediodía, nos aventuramos a comer en una diminuta fonda frente al parque central de este pueblecito, en la misma de cinco años atrás. Así de aturdido como su rostro, así debió estar la mente de Pablo, el dueño del lugar, al ver dos docenas de personas llegarle de un tiro. No obstante, con la mejor actitud y el mejor servicio tuvo listo el almuerzo en tiempo récord y hasta café nos brindó. 

Los bateyes, cañaverales y el caliente sol de las tres acompañaban nuestros comentarios sobre los viajes de Alejandra Gil y su empresa turística, mientras que en la guagua los chistes y remembranzas de los Crespos en sus tiempos mozos hacían ruido al paisaje. De repente, una de ellas preguntó cuánto faltaba para llegar a Barahona, a lo que mi padre le respondió que tenía en planes darle la vuelta al Lago Enriquillo, sí, el mismo que es conocido internacionalmente por ser la mayor reserva natural de agua de la República Dominicana y de todas las Antillas, además de ser tres veces más salado que el mar; y que con mucho entusiasmo y anhelo visitaríamos nuevamente. 

Parada en Las Marías.
En el trayecto hacia esta masa de agua que es el resto de un antiguo canal marino que unía las bahías de Neiba y Puerto Príncipe, en La Hispaniola, nos detuvimos en el balneario de Las Marías, Neiba. Las aguas cristalinas y frías de esta piscina natural nos recibieron junto a la alta música que alberga un bar en el lugar. Frente a este atractivo turístico habían diversos nativos buscándose la vida con la venta de comida. Como es natural, donde se apila agua limpia se producen mosquitos, y aquí no fue la excepción.

El árido, caluroso y seco terreno no le quitaba la majestuosidad a la vista del lago que desde lejos modelaba sus orillas y extensidad ante quienes lo observábamos desde la autopista. Quedé con deseos de subir a “Las Caritas”, una icónica cueva desde donde se ve una vista panorámica de todo el lugar y ubicada a lo largo de los acantilados frente al lago, pero por lo peligroso de la carretera y las diferencias de edades se dejó para una próxima ocasión. Lo siguiente fue espectacular.



Las iguanas recibiendo a los visitantes en la entrada al Parque Nacional Lago Enriquillo.


Llegamos al Parque Lago Enriquillo. Decenas de iguanas Ricord y Rinoceronte corren a dar la bienvenida a los medios de transportes que parquean en el lugar cual niños emocionados cuando ven dulces o regalos fueran. Quien custodia el lugar nos invitó a alimentarlas y, a pesar del miedo, con gusto lo hicimos. Más adelante, el guardabosques nos guió hasta la orilla del lago, en el camino se escuchaban los sonidos de estos reptiles al arrastrarse entre las hojas secas y a veces se les sentía correr detrás de quienes caminábamos por el lugar. Al encontrar la orilla, aprovechamos que todos estábamos reunidos por primera vez y tomamos nuestra primera fotografía grupal, y creo que única.

Foto familiar en la orilla del lago.

Adrián y Gael, los más pequeños, estaban extasiados con estos animalitos y a la vez les tenían temor. Luego de subir a la caseta del guardia para así observar desde lo alto la majestuosidad de la naturaleza, nos retiramos para continuar carreteando, pero esta vez decepcionados de no haber visto uno de los cocodrilos americanos que merodean por la zona. 

Ya por fin nos dirigíamos al Sur Profundo. La noche nos cayó en Jimaní, el chofer se perdió y en vez de hacer una derecha llegó hasta la frontera. Uno de los guardias fronterizos nos redirigió. Más tarde, tuvimos que detenernos en Duvergé para que papi comprara su loto. Contrario a mi primera experiencia, donde nos encontraba la noche, ahí dormíamos; ahora debíamos seguir entre las fantasmales, oscuras, desoladas y tenebrosas vías que nos conducían a la tierra de los plátanos barahoneros.

Ya daban las 9:00 PM, ni siquiera la luna iluminaba, solo los faroles de los carros. Mi prima Ivanna, la mamá de Gael, se merecía un premio, más de doce horas manejando en carretera, siguiendo a dos vehículos más, mientras su criatura más pequeña era cuidada en el asiento trasero por su madre quien a la vez iba acompañada de Keira, hermana de Ivanna, con Adrián su pequeño de algunos dos años.

Agradeciendo a Dios por habernos resguardado, llegamos a la Perla del Sur faltando dos horas para la media noche. Fuimos recibidos con la noticia de que se estaba celebrando las patronales del pueblo en el malecón, pero ya no había ánimos, solo deseos de cenar y llegar al tan elogiado hotel del que nadie sabía el nombre. “No es tan sorprendente como lo pintaban”, así los describió mi hermano Amaury, sin siquiera haber estacionado el vehículo. Al desmontarnos se veían las caras de decepción de muchos, pero a esa hora sólo queríamos un baño caliente y una buena cama con una habitación bien climatizada.

Foto en el mirador de Barahona.
Bien temprano en la mañana, lastimosamente, una parte del grupo tuvo que regresar a Santo Domingo para votar. Luego del desayuno, unos tomaron rumbo a hacia la capital primada de América, mientras que el resto seguimos camino al Suroeste adentro, próximo destino: Villa Miriam. Conociendo al chofer, todo puede pasar y pasó.

Por lo frío de las aguas de Villa Miriam, lel compadre, quien organizó todo,  había programado ir a la Playa El Quemaito hasta el mediodía. Mi papá, el chofer, tenía otros planes en mente. Así seguimos de largo hasta el famoso mirador de Barahona, porque según yo “quien vino a Barahona y no se tomó una foto aquí, puede decir que no vino”. Después de algunos 30 a 45 minutos de camino llegaron al balneario Los Patos. Para finalmente regresar a Villa Miriam.


Villa Miriam.

Por más adjetivos o figuras literarias que quiera utilizar, el paisaje de Villa Miriam es inefable, más de cinco cascadas rodeadas de gingeres que destacan entre el verde de las hojas. Mientras más alta y más sombra, más helada era el agua. “Cuando Dios hizo el Edén pensó en América”, así dice una de las canciones de Nino Bravo y, sin duda alguna, Villa Miriam debe ser parte del Paraíso. El almuerzo lo iniciaron justo cuando llegaron, dos horas después fue servido y, aunque muy tarde, la espera valió la pena. Los comensales degustaron un delicioso, suave y graneado moro de gandules con coco, acompañado de los mariscos y pescados característicos de la zona.

Hacía meses se venía postergando, pero este anhelado viaje de la familia Crespo-Rodríguez a conocer Villa Miriam, en Barahona, se hizo realidad el primer fin de semana de octubre, coincidiendo con las elecciones primarias de los dos partidos mayoritarios del país. Muy a pesar de ser víspera de este esperado proceso electoral, el trayecto de ida fue tranquilo, mas no se puede decir lo mismo en cuanto al regreso.

Los interminables puntos de chequeos fronterizos, los tapones en Azua y Baní, los de los suburbios alrededor de la Junta Central Electoral, los desvíos al llegar a Santo Domingo y los constantes boletines de las votaciones nos tenían a todos tensos. Al siguiente día, los despertamos estropeados pero con una experiencia inolvidable y muchas nuevas historias que contar.

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